La niña de mis sueños
La niña de mis sueños no es niña de estos tiempos.
Tiene bucles torneados que caen sobre sus hombros
y cintitas de raso en el blanco vestido ajado y polvoriento.
Botines con botones y una carne turgente y casi inexistente.
Tiene ojitos redondos y nariz prepotente.
Se hamaca en una hamaca de rueda de camión.
Si el tiempo lo permite tortura a los gatitos
con largos alfileres de cabeza rubí.
Le tiene mucho asco a un lunar de la abuela
y no quiere besarla antes de ir a la escuela.
La niña de mis sueños se masturba a escondidas
ya que aprendió muy pronto a ocultar el placer.
Por eso algunas veces, a pesar de ya grande,
le pide caballito al tío Felipón,
y el tío pone cara de misa de Domingo
mientras siente en la pierna del pubis la presión.
La niña de mis sueños es un poco gordita
y un poco parecida en cosas a un varón,
el gesto decidido y una expresión burlona,
y una mirada curva, de sesgo socarrón.
Cuando llega la noche y luego de la cena,
se saca el vestidito y se pone el camisón.
La niña de mis sueños se escapa por la noche
y lleva un diario íntimo que esconde en un zanjón.
Camina por los campos vecinos a su casa
hasta alcanzar la ruta y ver algún camión.
Y mira hipnotizada las luces que se acercan
y que luego se pierden en una niebla atroz.
Se acuesta sobre el pasto
se aferra a las raíces
y entonces me habla suave con un hilo de voz:
“Sacame de este sueño
yo ya no puedo más.”
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