Los bobitos
Muchos, demasiados para un pueblo tan chico eran los bobitos de la villa.
Bobitos les decían, pero eran algo más.
Todos con un andar convulsivo y una pierna más corta, que compensaban apoyando la corta en la acera y la normal en la calzada, y así andaban todo el día. Todos con una sonrisa constante, de suave paz, que sólo se transformaba en seria e impasible expresión de sus claros ojos cuando llegando a la casa más vieja que estaba sobre la arena, al costado de la plaza, miraban el horizonte del mar, por horas inmóviles, como esperando o recordando algo. Y su sonrisa se volvía mueca de odio si cualquiera se atrevía a preguntar algo cuando volvían de su diaria vigilancia. Y sus dedos se cruzaban en un gesto de maldición, y a veces, pocas veces, les chorreaba una lágrima.
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